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La oruga y la zorra de Tomás de Iriarte




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La oruga y la zorra

Si se acuerda el lector de la tertulia
en que, a presencia de animales varios,
la Zorra adivinó por qué se daban
elogios Avestruz y Dromedario,
sepa que en la mismísima tertulia
un día se trataba del Gusano
artífice ingenioso de la seda,
y todos ponderaban su trabajo.
Para muestra presentan un capullo;
examínanle, crecen los aplausos,
y aun el Topo, con todo que es un ciego,
confesó que el capullo era un milagro.
Desde un rincón la Oruga murmuraba
en ofensivos términos, llamando
la labor admirable, friolera,
y a sus elogiadores, mentecatos.
Preguntábanse, pues, unos a otros:
«¿Por qué este miserable Gusarapo
el único ha de ser que vitupere
lo que todos acordes alabamos?»
Saltó la Zorra y dijo: – ¡Pese a mi alma!,
el motivo no puede estar más claro:
¿no sabéis, compañeros, que la Oruga
también labra capullos, aunque malos?
¡Laboriosos ingenios perseguidos!,
¿queréis un buen consejo? Pues, ¡cuidado!:
cuando os provoquen ciertos envidiosos,
no hagáis más que contarles este caso.

Fin de La oruga y la zorra de Tomás de Iriarte.

Moraleja

La literatura es la profesión en que más se verifica el proverbio: «¿Quién es tu enemigo? El de tu oficio».