No hay fábula para niños que no tenga moraleja final y Congreso de los Ratones de Félix María Samaniego la tiene. Para niños y no tan niños. Buena lectura.
Desde el gran Zapirón, el blanco y rubio,
que después de las aguas del diluvio
fue padre universal de todo Gato,
ha sido Miauragato
quien más sangrientamente
persiguió a la infeliz ratona gente.
Lo cierto es que, obligada
de su persecución la desdichada,
en Ratópolis tuvo su congreso.
Propuso el elocuente Roequeso
echarle un cascabel, y de esa suerte
al ruido escaparían de la muerte.
El proyecto aprobaron uno a uno;
¿quién lo ha de ejecutar?, eso ninguno.
– Yo soy corto de vista.
Yo muy viejo.
– Yo gotoso, decían. El concejo
se acabó como muchos en el mundo.
Proponen un proyecto sin segundo;
lo aprueban; hacen otro. ¡Qué portento!
Pero ¿la ejecución? Ahí está el cuento.
¿Quién le pone el cascabel al gato?
En esta frase se resume la esencia de la moraleja de El Congreso de los Ratones
Muchas veces hemos escuchado (en España, principalmente) la frase «A ver quién le pone el cascabel al gato». Sobre todo en cuestiones relacionadas con tareas, que aún favoreciendo al conjunto de los implicados, nadie está dispuesto a asumir de primera mano. Puede ocurrir en el ambiente laboral, en una reunión de la comunidad de vecinos, entre amigos, con la familia…
El origen de dicha frase se encuentra en está deliciosa fábula, en la que su autor, Felix María de Samaniego, con su ingenio característico, desvela aquellos aspectos moralmente cuestionables de la sociedad del momento a la que transforma en animales evitando así el poco interés que podría tener la personificación más evidente y creando una obra que no prescribe y que se cuenta entre los clásicos de la literatura universal.
Más información en el Centro Virtual Cervantes.
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